Nota pedida por el "Domingo del buen pastor".
La Iglesia celebra en este día el Domingo del Buen Pastor. El Papa san Pablo VI instituyó además que sea una jornada especial para rezar por las vocaciones. Ahora bien, ¿por qué rezamos y por quiénes cuando se nos invita a orar por las “vocaciones”? ¿Qué es la “vocación”? La palabra vocación guarda íntima relación con la identidad, con el sentido de la propia vida, con el para qué vivimos. Y aquí encontramos el alcance que posee dicha palabra, porque ¿quién hay que no desee encontrar su identidad? Es decir, ¿quién no desea saber quién es? ¿Quién no desea encontrar sentido, plenitud a la vida? ¿Quién no desea ser feliz? “Vocación” tiene un alcance mucho más amplio del que podemos imaginarnos y apunta directamente al corazón de todo ser humano.
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¡Cuánto sentido tiene leer el evangelio de este día desde esta perspectiva! “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). Es aquí donde encontramos la novedad de la palabra vocación en la experiencia cristiana, porque la vocación no hace referencia a algo que inventamos o definimos nosotros mismos, sino a un deseo puesto por Dios y que sólo desde Él se reconoce y esclarece. Esto quiere decir que: ser uno mismo, ser plenos, ser felices no consiste en autoafirmarnos, sino en escuchar y confiar en la voz de Otro. La vocación, de este modo, supone una relación: uno que llama y otro que es llamado.
¡El gran mensaje de este día es que Dios llama a todos y a cada uno! Y es justamente escuchando la voz del Buen Pastor como somos capaces de descubrir quiénes somos, para qué vivimos, cuál es el sentido de nuestra vida. Es dejándonos mirar por el Señor que se nos da a conocer la verdad de nuestra existencia: Él nos revela nuestra identidad porque ve en nosotros mucho más de lo que nosotros mismos somos capaces de ver.
Para profundizar en ello, invitamos a leer este fragmento del Papa Francisco respecto a la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones de este año:
A Miguel Ángel Buonarroti se le atribuyen estas palabras: «Todo bloque de piedra tiene en su interior una estatua y la tarea del escultor es descubrirla». Si la mirada del artista puede ser así, cuánto más lo será la mirada de Dios, que en aquella joven de Nazaret vio a la Madre de Dios; en el pescador Simón, hijo de Jonás, vio a Pedro, la roca sobre la que edificaría su Iglesia; en el publicano Leví reconoció al apóstol y evangelista Mateo; y en Saulo, duro perseguidor de los cristianos, vio a Pablo, el apóstol de los gentiles. Su mirada de amor siempre nos alcanza, nos conmueve, nos libera y nos transforma, haciéndonos personas nuevas.
Esta es la dinámica de toda vocación: somos alcanzados por la mirada de Dios, que nos llama. La vocación, como la santidad, no es una experiencia extraordinaria reservada a unos pocos. Así como existe la “santidad de la puerta de al lado” (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6-9), también la vocación es para todos, porque Dios nos mira y nos llama a todos.
Dice un proverbio del Lejano Oriente: «Un sabio, mirando un huevo, es capaz de ver un águila; mirando una semilla percibe un gran árbol; mirando a un pecador vislumbra a un santo». Así nos mira Dios, en cada uno de nosotros ve potencialidades, que incluso nosotros mismos desconocemos, y actúa incansablemente durante toda nuestra vida para que podamos ponerlas al servicio del bien común.
De este modo nace la vocación, gracias al arte del divino Escultor que con sus “manos” nos hace salir de nosotros mismos, para que se proyecte en nosotros esa obra maestra que estamos llamados a ser. En particular, la Palabra de Dios, que nos libera del egocentrismo, es capaz de purificarnos, iluminarnos y recrearnos. Pongámonos entonces a la escucha de la Palabra, para abrirnos a la vocación que Dios nos confía. Y aprendamos a escuchar también a los hermanos y a las hermanas en la fe, porque en sus consejos y en su ejemplo puede esconderse la iniciativa de Dios, que nos indica caminos siempre nuevos para recorrer.
Rezar por las vocaciones, entonces, es pedir a Dios que podamos “escuchar su voz y seguirlo” (Jn 10,27) para así poder reconocer el sentido de nuestra vida, seguir el camino que nos lleva a la felicidad y compartirlo con otros –porque lo bueno se comparte, se abre a los demás– para que “nuestra alegría sea completa” (1Jn 1,4).
Firma: Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Chacabuco
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